El Derviche Que Bailó Hasta Perderse En El Amor, Un Cuento Sufí

En los rincones del misticismo sufí, donde la danza es oración y el amor trasciende los límites del mundo físico, existe una historia que resuena como un eco atemporal: la del derviche que bailó hasta perderse en el amor.

Se dice que en un pequeño rincón de la antigua Persia vivía un derviche que dedicaba su vida a la búsqueda de lo divino. No poseía riquezas ni títulos, solo su fe y la convicción de que el amor era la verdadera esencia de la existencia. Cada día, en la plaza de su pueblo, giraba y giraba con los brazos abiertos, como si abrazara el universo, hasta que su alma flotaba más allá de la carne y el pensamiento.

La gente lo observaba con admiración y desconcierto. Algunos creían que su baile era una locura, un sinsentido repetitivo que no llevaba a ninguna parte. Otros, los que entendían el lenguaje del espíritu, veían en su giro una forma de oración, un viaje hacia el centro de su ser, donde solo existía el amor.

Un día, un hombre incrédulo se acercó al derviche y le preguntó:

— ¿Por qué giras sin cesar? ¿Qué esperas encontrar en ese movimiento?

El derviche sonrió con dulzura y respondió:

— No giro para encontrar algo, sino para perderlo todo. En cada giro dejo atrás mi ego, mis miedos, mis deseos. Bailo hasta que solo queda el amor, porque solo el amor es real.

El hombre no comprendió de inmediato, pero aquella respuesta sembró en él una inquietud profunda. Día tras día, lo veía girar con la misma entrega, con la misma devoción, hasta que, un atardecer, sintió la necesidad de probarlo por sí mismo. Se puso de pie, extendió los brazos y comenzó a girar, torpemente al principio, sintiendo vértigo y confusión. Pero con cada vuelta, algo dentro de él comenzó a disolverse: su orgullo, sus dudas, su apego a lo material.

Entonces lo entendió.

No se trataba del movimiento en sí, sino de la rendición. De permitir que el alma se fundiera con lo infinito.

El derviche nunca dejó de girar. Un día, su cuerpo cayó, pero su danza continuó en el viento, en los corazones de quienes entendieron su mensaje. Porque el verdadero amor, aquel que nos conecta con lo divino, no se encuentra acumulando, sino soltando, no en el control, sino en la entrega.

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