Todos hemos oído la frase: “Al que madruga, Dios lo ayuda”. Suena simple, ¿verdad? Levantarse temprano, aprovechar el día, empezar con ventaja. Pero lo que también es simple —y aún más común— es no hacerlo. Posponer el despertador. Decir “solo cinco minutos más”. Prometer que mañana será diferente. Y ahí, justo ahí, es donde comienza el abandono.
No se trata solo de madrugar. Se trata de la actitud con la que enfrentamos nuestras metas, nuestros hábitos, nuestros compromisos. El abandono es sutil al principio. Se disfraza de cansancio, de falta de tiempo, de “esto no es para mí”. Y sin darnos cuenta, dejamos de avanzar. Dejamos de intentarlo. Dejamos de creer que podemos.
Queremos cosas grandes: éxito, salud, estabilidad, propósito. Pero nos rendimos ante cosas pequeñas. Dejamos de leer ese libro que empezamos con entusiasmo. Postergamos esa idea que alguna vez nos emocionó. Dejamos de hacer ejercicio porque no vimos resultados en una semana. El abandono se convierte en una forma silenciosa de renunciar a nosotros mismos.
Y no es un fenómeno aislado. En Estados Unidos, más de mil personas mueren a diario por problemas cardiovasculares. ¿La causa principal? El abandono. Abandonaron el ejercicio, la buena alimentación, los controles médicos. El 90% de estos casos pudo haberse evitado. Pero no se evitó. Porque, como en tantas áreas de la vida, se dejó pasar. Se dejó para después.
El abandono no mata de golpe. Se instala lentamente, como una infección. Y si no se combate, se convierte en enfermedad. En enfermedad física, emocional, financiera. Una vida llena de comienzos vacíos y metas no cumplidas.
Pero no todo está perdido. Porque así como se abandona, también se retoma. Persistir no significa no fallar. Persistir significa volver a levantarse. Aunque ya hayas parado mil veces, puedes comenzar una vez más. El poder no está en hacerlo perfecto, sino en no dejar de hacerlo.
Si hoy estás a punto de abandonar algo importante, detente. Respira. Recuerda por qué empezaste. Y da un paso más, aunque sea pequeño. Esos pasos son los que separan al que quiere del que logra.
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